domingo, 14 de junio de 2009

PLAZUELA PASTEUR Y ALREDEDORES (I PARTE)

Villahermosa Antigua
1930 – 1950
(Legado a la actualidad)
Antonio Vidal Cruz

Plazuela Pasteur y Alrededores
(Parte I)

Agradezco al generoso lector por aceptar entre sus manos estos modestos trabajos que hago de todo corazón y también agradezco los comentarios que recibo, que son vitales para el enriquecimiento de estos relatos.

Es el caso de la opinión del licenciado en periodismo Rodolfo González Maza, que cuando di a conocer las actividades del Río Grijalva me reclamó el por qué no mencioné la pequeña grúa que usaban los alijadores en el muelle para las maniobras de carga. Le aclaré que lo narrado era en el río Grijalva y, por supuesto en área fluvial, y que el asunto de la grúa se daría a conocer oportunamente cuando se detallaran las actividades terrestres de la zona.

De igual manera recibí el comentario del hombre de la lente magistral, de los Estudios D’Ceballos, el gran amigo Rigoberto Ceballos Ramírez, sobre el por qué no señalé (cuando narré lo relacionado con el Museo que estuvo frente a Plaza de Armas) que por la puerta grande trasera de ese edificio entraba y salía Carlos Pellicer. No se tomó en cuenta ese detalle porque di a conocer lo que existía en los alrededores de Plaza de Armas y la mencionada puerta quedaba en el Callejón de Vázquez Sur al Paso del Macuilis, lo que ya pertenece a lo que rodeaba a la Plazuela Pasteur, que a continuación voy a detallar (se ilustra con el gráfico anexo la ubicación de la plaza).

Dicho lo anterior entremos a las actividades cotidianas de la época en esa Plazuela, tomando como referencia -para orientar claramente al lector- la dirección de lo narrado de la Plaza de Armas “Lic. José María Pino Suárez” al río Grijalva.

Para la calle Vázquez Norte, en la acera izquierda, después de la esquina con Vicente Guerrero, estaba el domicilio de la familia Ardines; luego la casa de don Samuel Mendoza Barrientos, propietario de la refresquería y nevería “El Xochitl”; seguido, un local no grande, como de 3 o 4 metros de ancho, al frente que era de Rafael Hernández Jiménez -hermano de Pedro, al que ahora le dicen Perico, dueño de la ferretería de ese nombre- quien regresó de bracero para instalar una ferretería a la cual le mandó a rotular el nombre de “El Foco Mecánico”. Recuerdo un detalle que a la entrada tenía un arco de segueta accionado por un motor eléctrico para cortar tubos de hierro galvanizado que se utilizaba para instalaciones del servicio de agua.

Para la esquina con la calle Juárez estaba el comercio de Don Amílcar Luque Prats, dedicado a la venta de licores como el habanero Urquiola, envasados en ánforas de vidrio que tenían a los costados un dibujo de telaraña y por supuesto al centro el insecto.

En la etiqueta se observaba un anciano sentado con una leyenda que decía “más viejo que yo”. Don Amílcar también vendía habanero Ripoll en botellas cuadradas y con una protección a manera de rejillas de joloche a la que los clientes le llamaban “jolochito” o “irrellenable”, porque tenía un sistema que podía salir el contenido, pero no se podía meter líquido. Este local estaba donde ahora se encuentra una camisería de nombre Roger, propiedad de mi amigo Rogelio.

En la esquina de enfrente, o sea en la que sigue de Juárez y Vázquez Norte, estaba la oficina del Sindicato de Alijadores, separando con una barandilla al resto del local que estaba dotado de bancas, para que los socios alijadores esperaran sus liquidaciones que se hacían a diario después de las seis de la tarde. Cuando terminaban sus jornadas de labores y mientras era la espera, para no impacientarse consumían antojitos que los venteros llevaban desde las cinco de la tarde, tales como tamales de masa colada, tamalitos, chanchamitos, garnachas, panuchos, café solo, atol -atole- y luego, al cobrar, liquidaban lo consumido.

A eso de las ocho de la noche abordaban un camión de redilas de tres toneladas que los llevaban a las distintas colonias donde habitaban. Dichas unidades eran las que utilizaban para el acarreo de la mercancía que transportaban del muelle a la bodega de cabotaje.

Con los mismos camiones, a las seis de la mañana se hacía el recorrido para transportar personal al centro de trabajo y de éste -a las doce del día- a su domicilio, para volver por ellos a las dos de la tarde al trabajo y después a las ocho de la noche, como ya lo dije líneas antes.

Después de los alijadores estaba un taller del maestro Carlos Castillo, que contaba con torno para corregir las piezas de los vehículos que tenía la área mecánica del maestro Castillo. Cierto día mi hermano mayor, Juan Jorge, solicitó a mi padre que lo llevara al taller, porque quería ser mecánico –y con el tiempo lo fue-. Después del trato verbal, porque entonces la palabra era la ley, mi hermano quedó bajo las órdenes de don Carlos y acto seguido el maestro desmanteló una caja de velocidades.

En aquel entonces, se usaba un aceite espeso y negro como lubricante de transmisión, el maestro indicó al aprendiz que lavara las piezas y Juan al ver el nada agradable aspecto de las piezas buscó algo para recogerlas, encontró un programa de cine y con ello procedió a cumplir la orden dada, a lo que el maestro que lo observaba le dijo: “Mira chamaco, tú no sirves para mecánico, ve a aprender para sastre o peluquero”.

Para la esquina con la calle Francisco I. Madero estaba la Casa Pizá, de don José María Contreras, a quien el pueblo conocía como don Pepe Contreras.

Por lo pronto, hasta aquí.

Comentarios: vhsa_antigua@hotmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario