domingo, 14 de junio de 2009

CARNAVAL (IV Y ULTIMA PARTE)

VILLAHERMOSA ANTIGUA
1930 – 1950
(Legado a la actualidad)
Antonio Vidal Cruz

Carnaval
(IV y última)

Continúo relatándole al gentil lector la forma en que se organizaban las comparsas en la época de referencia. Desfilaban por nuestras calles, la comparsa de “El Torito”, en la cual presentaban a un aparente toro, cuyo cuerpo estaba hecho de varas delgadas de madera.
Para poder darle forma al animal, le ponían en la cabeza un hueso de res con los cuernos, y el esqueleto iba forrado de tela de henequen, que obtenían abriendo los costales de ese material. En la parte trasera, el rabo; en el centro del cuerpo tenía un agujero con tirantes para que, de esa manera, una persona le diera movimiento al toro y poder embestir cuando el torero entrara en acción de lidia.
Uno de los que se prestaban como torero era el entusiasta Jacobo Pérez, quien prestaba sus servicios en Mexicana de Aviación.
Otros personajes integraban el equipo: uno disfrazado de muerte, un payaso, un negro y una negra, porque en ese tiempo en México estaban de moda los cubanos rumberos.
La pareja de negros se disfrazaba como tal –de rumberos- y también en la comparsa caminaba un gigante, persona de un vestido largo, en zancos como de medio metro, con una careta que hacía grande la cabeza.
La música para esta comparsa se componía de clarinete, tambor y trompeta, entonando la música tradicional de la fiesta brava, el ‘paso doble’ y con la trompeta se daba el clásico toque para que soltaran al toro.
Asimismo recorrían la ciudad otras comparsas como “la del oso”, donde la persona se enfundaba en un costal hecho de henequén y una careta. De su nariz salía una cadena que jalaba el domador, ataviado con un traje de ese oficio, usaba casco tipo safari, camisa propia del personaje bombacho y con botas, portando un fuete que al accionarlo daba el chasquido para controlar al oso.

Otras comparsas que pasaron a la historia fueron la “de los baturros” de tipo de aragonés, con trajes de chalequitos, botonadura al frente, un bombacho color capuchino y polainas.

En cierta ocasión, alguien organizó la comparsa “de los cocineros”, en la que vestían como tales y portaban utensilios propios del arte culinario, con sus gorros y medio mandil. No había chefs, porque entonces no se estilaba esa moda. También había estudiantinas de mujeres y las que llegaban de los municipios como Jalapa, Tacotalpa, Centla y Nacajuca. El comité del carnaval organizaba con concursos que se llevaban a cabo en la calle Madero, donde estaba el parque “A la Madre”, frente a la Casa Pizá, en donde por mucho tiempo se ubicó el Cine Superior, edificio convertido hoy en un antro.
En fin, la gente tenía entonces para divertirse sanamente.

Quema de Juan Carnaval

Para el miércoles, a los tres días de carnaval, se reunían los comités de festejo particular, como los vecinos de la Plazuela del Águila, Juan Sánchez, mejor conocido como Juan Submarino en quien recaía la responsabilidad de la organización.

Don Manuel Pérez, propietario de la tienda ‘La Lucha’ -en Zaragoza esquina con Morelos- y don Pedro Ancona, se daban a la tarea de contratar a las viudas, para el recorrido como último paseo de Juan Carnaval. Algunos hombres se vestían de viudas y se colocaban almohadas en el vientre simulando mujeres embarazadas.

Quien se echaba a cuesta con el testamento, era Chucho Quero, hijo de don Carmito Quero, compositor de “El Hombre del Sureste” y después del recorrido se realizaba la lectura del testamento, para dar paso a la quema.

Al domingo siguiente de la quema de Juan Carnaval, se activaba la algarabía en Plaza de Armas a manera de coleón de dichas festividades, donde se gozaba con más entusiasmo, porque ese ya era el evento final, y de ahí hasta el siguiente año. No faltaba el paseo de la Reina y el Rey Feo, siendo costumbre que desfilaran los carros particulares, algunos convertibles para entrarle a la guerra de confeti y serpentinas.

He de hacer notar que la Cárcel del Estado se ubicaba a un costado de Plaza de Armas, por la calle Vicente Guerrero. Como tenía unas ventanas de media luna, los reclusos se asomaban a través de ellas para pasar cuando menos un rato agradable, que les daba ánimo.
Así se estilaba en aquella época, como decían nuestros mayores “tiempos que no volverán”.
Por lo pronto hasta aquí… (Diario de la tarde. Marzo 12/2009)

Comentarios: vhsa_antigua@hotmail.com





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