domingo, 14 de junio de 2009

CALLE RAFAEL MARTINEZ DE ESCOBAR

Villahermosa Antigua
1930-1950
(Legado a la actualidad)

Antonio Vidal Cruz

Calle Rafael Martínez de Escobar

De solo dos cuadras, la calle Rafael Martínez de Escobar fue de importante apoyo a las actividades comerciales al mercado “Coronel Gregorio Méndez Magaña”, por la numerosa cantidad de locatarios que diariamente se establecían en los alrededores del mencionado centro de abasto, así como de un predio baldío que se ubicaba a donde ahora está un comercio de enseres domésticos –Elektra- el cual tenía una superficie en forma de “L” con lo angosto a la entrada y lo amplio para el fondo.

En ese lugar se establecieron los locatarios de frutas y verduras con puestos irregulares; y para protegerse del sol y la lluvia tendían lonas y otro tipo de materiales, porque en ese entonces no existía plástico de ninguna especie.

Detallaré los comercios establecidos de manera formal que estaban en los edificios de dicha calle. En la esquina de esta calle y Vicente Guerrero, se encontraba la tienda de abarrotes de don Homero Fuentes, con un surtido completo porque su clientela compraba al detalle y medio mayoreo, lo único que no tenía era el servicio de reparto –changarreo- como se acostumbra en la actualidad.

Junto a don Homero y haciendo el recorrido por la acera de la derecha y en dirección de Vicente Guerrero rumbo al río se encontraba Almacenes Quintero, propiedad de don Orbelín Quintero, originario de Teapa y quien tenía buen gusto para vestir. Acostumbraba lucir camisa fina color blanco con botonadura de oro. Los botones pendían de una cadena del mismo metal, la cual quedaba por la parte de adentro, y por fuera sólo se apreciaban los botones; pantalón del mismo tono, calzado blanco, su sombrero también de buena calidad, de ala sencilla, anillos, pulso de oro, un fino bordón y reloj de bolsillo con leontina de oro.

Don Orbelin permanecía en la tienda todo el tiempo, a veces sentado en la primera puerta o en la oficina que estaba en la trastienda. Tenía el apoyo de sus hijos Oscar, Jorge y Kléber, además de cuatro dependientes, como se le conoce a los empleados de mostrador. Por lo general comercializaba mercancía de abarrotes, además de ultramarinos, confeti, serpentinas, jamones, queso holandés y otros similares.

Enseguida había un hotel de paso, el San Martín, luego el predio ya mencionado anteriormente, donde vendían frutas y legumbres; después existía una piquera de don Ángel Divis, pero la atendían sus hijos, Cheo y otro que no recuerdo su nombre.

En cierta ocasión vi que pelaban naranjas en tiras enteras en forma de espiral y las tiraban hacia arriba quedando colgadas en la viga y ya cuando estaban secas las bajaban y las metían en pomos de cristal -plástico no existía- y luego le vaciaban aguardiente (zorro) para dejarlas reposar por un tiempo determinado. Ya al estar encurtido, le sacaban el aguardiente, listo para servir en copas. A eso le llamaban el caldito de naranja.

Luego en un local apropiado, un amigo de nombre Silverio tenía una vitrina sobre una mesa, con una división; ahí colocaba los platones conteniendo guisados tabasqueños en las partes de arriba y abajo. Comenzaba a despachar los tacos desde las seis de la mañana hasta pasado el mediodía. Y como le gustaba tomarse las copas, pues no le quedaba lejos el lugar de su pasatiempo, se quedaba en la piquera.

Para la esquina de esta calle con la calle Juárez estaba una mercería de nombre “El Arca de Noé”, su dueño era don Noé Vidal. En esta misma esquina, pero debajo de la banqueta, se instaló un puesto equipado con un molino para café, atendido por don José López, papá de un popular abogado conocido como “Chamaco Chico”, quien tramitaba todos los asuntos del notario público Dagdug Martínez.

En la esquina ubicada enfrente de donde ahora está la renovadora de calzado “Las Tres B” –Juárez y esta calle, segunda cuadra- se estableció don Ramiro Chávez Robles con su Farmacia “La Mejor”, junto con su esposa doña María Dolores Green quienes eran apoyados por el hermano de don Ramiro, don Luis.

Tanto don Ramiro, doña María y don Luis fueron personas de fino carácter, le reconocían su valor humano a cada quien, con posibilidades económicas o no. Cierto día, un compañero de trabajo me pidió fuera su aval por cierta mercancía de la farmacia, acepté firmando la nota respectiva y como no la liquidó me dijo don Ramiro que no le había pagado, y le pagué dos días después.

Pasó el tiempo y cuando su hijo regresó de donde terminó su preparación académica, se dedicó a enseñarle las actividades del negocio para que se encontrara preparado cuando llegara el momento de nombrarlo responsable.

Una noche llegué por unos medicamentos y don Ramiro le dijo a su primogénito “Mira hijo, este es Don Antonio Vidal -señalándome- quien en mi vida ha sido el único que firmó por aval y pagó la falta de quien no lo hizo, por eso cuando tenga la necesidad de un crédito, lo que quiera, pero hasta la mitad de la farmacia nadamás”.

De esta esquina a la calle que hay con Madero, no existían comercios importantes solo unos sanitarios públicos y en la esquina con Madero una tienda de abarrotes y peltres del señor Frías Tosca; de Madero al río estaba el parque que se conocía como Malecón y en la acera de enfrente el Hotel Palacio.

Regresando a Vicente Guerrero con Martínez de Escobar, siguiendo esta calle con dirección al río, la calle y banquetas se encontraban ocupadas por puestos particulares de todo tipo de comercios; como los casos del puesto de mercería, en la esquina de Guerrero con Martínez de Escobar, cuyo propietario fue don Antonio Mendoza que ahora está en Ruíz Cortines en la colonia Casa Blanca, tienda conocida como Mercería Mendoza.

Para la esquina de enfrente, un puesto de revistas de don Andrés y junto a ese puesto estaba otro que era de Don Prudencio Sánchez, de origen yucateco, que a su puesto le puso el nombre de “La Ocasión” donde vendía sombreros de todo tipo y calidad, así como gorras normales, tipo militar y accesorios de todo tipo similar. En toda la calle había comercios y diversos abarrotes, pescado, refrescos, frutas y verduras, hasta la esquina con la calle Madero.

Ahora bien, de la calle Juárez a Madero, en la acera izquierda de Martínez de Escobar y Juárez, estaba la tienda de telas de Don Bernabé Romero, quien habitaba en la planta alta, donde tenía una oficina en la que hacía escrituras privadas; después la tienda de Don Luis Hoyos Rodríguez que vendía pintura y vidrios planos, uno de los primeros en ese ramo, junto una peluquería y al fondo sanitarios públicos.
Después la tienda de don Manuel Pérez Cerino a la que le puso “La Puerta del Sol”, por el detalle que todo el día le daba el sol de frente; y al final de la calle se ubicaban los que estaban debajo del Hotel Regis, y sobre la banqueta tendía su mercancía un señor de origen michoacano, que vendía hierbas medicinales de toda clase y se le conocía como “El Cantador”, porque tenía una guitarra y se ponía a cantar.

Por lo pronto hasta aquí.

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MERCADO "CORONEL GREGORIO MENDEZ MAGAÑA"

Villahermosa, Antigua
1930 -1950
(Legado a la Actualidad)
Antonio Vidal Cruz

Mercado “Coronel Gregorio Méndez”

El mercado Coronel Gregorio Méndez Magaña estaba ubicado estratégicamente en el corazón de nuestra ciudad. Era el único, porque el mercado “Lic. José María Pino Suárez” lo activaron a finales de la década de los años 30, porque Tomás Garrido Canabal usaba ese edificio como cuartel de resistencia para las estrategias políticas, así como había otro donde se reunía con sus amigos y colaboradores más cercanos, que se encontraba junto al Palacio Municipal, frente a Plaza de Armas.

El mercado estaba rodeado por las calles Vicente Guerrero, Rafael Martínez de Escobar y Constitución -hoy avenida 27 de Febrero-. De la calle Juárez sólo lo separaba una propiedad particular de Don Leandro Vidal Priego.

Contaba con tres puertas por la fachada que estaba por la calle de Vicente Guerrero, dos por Martínez de Escobar y dos por la calle Constitución, lo que hoy es 27 de Febrero.

Para que se entienda la forma en que los locales estaban distribuidos en el mercado – conocidos como ‘puestos’-, le comento lo siguiente: en la fachada que daba a la parte de Vicente Guerrero, en la banqueta con Martínez de Escobar, se encontraba “El Xochitl”, cuyo propietario fue Don Samuel Mendoza Barrientos, hombre de carácter noble, que tenía como encargado del negocio a una persona de su entera confianza, Fernando Arévalo de la Cruz, así como a Policarpo -Polón- Hernández y a Alfonso Rodríguez.

Ahí también trabajaba un sobrino de Don Samuel. Cuando el señor Mendoza compró una casa frente a dicho puesto la convirtió en refresquería, nevería y fuente de soda, el mismo ramo que tenía de actividades en el puesto del mercado.

Luego, entre la primera y segunda puerta, estaba un puesto que vendía skimos que preparaban con batidora eléctrica, cabezona a las que le ensamblaban un vaso de aluminio y preparaban con leche, hielo raspado y esencia de vainilla o de fresa. Para el otro espacio de la segunda a la tercera puerta, había un puesto donde vendían panuchos y churros.

En la esquina de Constitución –ahora 27 de Febrero- y Vicente Guerrero estaba otro puesto. Su propietario era originario del interior del país y vendía artículos de piel, como cinturones billeteras, monederos, llaveros y otras prendas similares.

Para la parte lateral en la calle Constitución estaba también sobre la banqueta otro puesto de refresquería con el nombre de “La Bamba”. Todos estos puestos eran fijos.

Ahora bien, por la calle Martínez de Escobar y junto a la puerta de en medio, sobre la banqueta, se encontraba un puesto semifijo, que lo sacaban a esos de las cinco de la mañana y lo retiraban a más tardar a la una de la tarde. El puesto era del papá de Ciro Morales, - taquero popularmente conocido - por cierto con él aprendió Ciro Morales el oficio de elaborar tacos; en ese puesto se expendían sabrosos tacos de guisados tabasqueños, como chicharrón, salpicón, soberbio, estofado y otros, así como la insuperable horchata, elaborada de arroz, vainilla y canela, lo que hacía la mejor delicia al paladar más exigente.

Al igual que todos los mercados, este “Gregorio Méndez” también estaba compuesto de diversos tipos de comerciantes para facilitar que el público consumidor se surtiera de todo lo necesario para el consumo diario de la familia. Nada más que tenía un detalle en particular que al fondo -tomando como referencia el frente de la calle Vicente Guerrero- tenía una pared que separaba a una área de doce metros, con acceso por cada lado del mercado. En ese espacio estaban los puestos de comida, -cocinas- y a la parte con límites a la propiedad particular que da a la calle Juárez, estaba una especie de bajada donde tiraban las aguas de desechos; en esta parte existía una puerta de cada lado, sea por Martínez de Escobar o por Constitución -ahora 27 de Febrero- para entrada y salida de la gente.

En el espacio principal de las puertas sobre Vicente Guerrero, entrando por la que estaba esquina con Martínez de Escobar, se apreciaba la mercería Moderna de Don Enrique Jiménez Pérez, por ese mismo lado, a la derecha del mercado, habían tres puestos de abarrotes, hasta la puerta lateral sobre Martínez de Escobar y luego estaba el Café Tupinamba, propiedad de un señor de nombre José –no recuerdo el apellido-. Luego un puesto de comida, creo que era de un señor de apellido Ramírez conocido como “Rancho Grande”; por la puerta del centro, al entrar a la derecha, estaba un puesto de abarrotes de Régulo Andrade Andrade, conocido por el “perro” por tener la ocurrencia de sorprender por la parte trasera a las personas y apretarles las piernas soltando un ladrido.

En el lado izquierdo estaba el expendio de pan de los hermanos Pinzón, que estaba en la esquina de la calle Libertad -hoy Venustiano Carranza- productos famosos por su buena calidad y exquisito sabor y por la tercera puerta casi esquina con Constitución, varios puestos de abarrotes.

Al centro del espacio de lo que se conoce en los mercados, estaban los más conocidos como: El Baluarte, de Antonio Hernández Falcón, a quien se le identificaba por el sobrenombre de “Gallinita”, junto a ese local estaba una molienda de café “El momento” cuyo comercial decía “ahorita voy al momento, voy a comprar mi café”. El propietario era Mario Peralta Wade.

Otro que tenía su mercería con el rótulo de “El Cielo” fue Don Cayetano Martín Bolio, papá de la amiga, estimada por todos, Villahermosa Martín y abuelo de los destacados periodistas Jorge y Rafael Núñez Martín. Quien también tenía un expendio, pero de carne de cerdo salada, manteca y longaniza era un Señor de apellido Herrera, padre de Doña Elsa Herrera y abuelo de los notables Juan José y Armando Padilla Herrera, el primero periodista y el segundo arquitecto y político.

Para la pared que separaba a la parte de las cocinas, estaban quienes expendían carne de res fresca, en cuyos puestos, al atardecer otros locatarios los utilizaban para la venta de tacos y cochinita horneada.

Los que vendían carne de cerdo natural, tenían sus puestos espaciados de ellos. Los más sobresalientes fueron conocidos por los apodos de El Tortugo, Bolina, -este de carácter violento- entre otros. En uno de los puestos que ya terminaba sus actividades, a eso de las diez de la mañana, llegaba Herminio Díaz -conocido como- “Lamparilla” que vendía tacos, panuchos y cochinita horneada.
Así era la actividad en el mercado Gregorio Méndez que fue demolido para dar paso a un pequeño parque con una fuente.

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PALACIOS: DE GOBIERNO Y MUNICIPAL

Villahermosa Antigua
1930 – 1950
(Legado a la actualidad)
Antonio Vidal Cruz

Palacios: de Gobierno y Municipal

El Palacio de Gobierno comenzaba precisamente en las gradas que estaban a la orilla de la calle, entre Plaza de Armas y dicho edificio.

A la entrada, de lado izquierdo, estaba la Tesorería General del Estado, que alguna vez estuvo a cargo de Don José Alday Amábilis -don Pepe Alday-, que era también propietario del Café del Portal.

En estas oficinas hubo un detalle, que en las ventanas -dos al frente y una a un costado por la calle Independencia- tenía cada una un tablero con un letrero que decía “Tesorería General del Estado”. Esos tableros permitían la ventilación de las oficinas, porque entonces se carecía de equipos de aire acondicionado y sólo había ventiladores.

Hacia el fondo, la oficina de pago que estuvo a cargo de Don José León Castillo, conocido popularmente como Don Pepe León. Junto estaba el archivo, al lado derecho de la planta baja; a la entrada, estaba el departamento de Tránsito cuyo jefe era Don Amilcar Luque Prats; luego, la Receptoría de Rentas del municipio de Centro, después oficinas cuya función no me enteré, pero había escaleras que daban a la parte de abajo, donde existía una bodega de papeles empacados que tenía una puerta para el acceso a la calle Vicente Guerrero, pero permanecía cerrada. A los lados había dos ventanas que cuando las abrían -tal vez para ventilar a la bodega- despedían un olor propio de papeles viejos.

Volviendo al patio detrás de la pared, se encontraban las pesas sostenidas por una cuerda, las que se componían de dos partes, una subía y otra bajaba y con dicho sistema se mantenía en movimiento el reloj instalado al frente del palacio para el servicio público.

En la planta alta, en el espacio que estaba subiendo las escaleras una especie de estancia para recibir al público; del lado izquierdo oficinas en las cuales estaba el Congreso del Estado, el Tribunal Superior de Justicia y a la derecha el despacho del Señor Gobernador del Estado y la Secretaría –entonces General- de Gobierno, así como la subsecretaría. Hasta aquí lo de Palacio del Gobierno.

A espaldas, pero por la calle Independencia y totalmente aparte, donde ahora está el anexo del Palacio, se encontraba la Inspección de la Policía. Uno de los inspectores fue Moisés Calleja, de carácter recio, mirada no muy sutil y, bueno, el prototipo del clásico jefe policiaco; a la derecha se encontraba el Juez Calificador que recuerdo era una persona de apellido Tejada.

En dicho espacio, cuando recibió el poder el Lic. Francisco J. Santamaría, creó la Agencia del Ministerio Público, siendo el primer titular su paisano jalapaneco, el licenciado Jesús Antonio Sibilla Zurita.

Al centro, junto a la pared del fondo, como decimos en un rincón, la Mesa de Guardia y después, hacia atrás, estaban las rejas que daban acceso a la celda en la parte de arriba -a manera de tapanco- a los presos de paso; y los que estaban arrestados por varios días en la parte de abajo, ésta provista de dormitorios. A la izquierda había un patio amplio para que los reos tomaran el sol y en el que resguardaban algún animal, como por ejemplo, un caballo, que estuviera relacionado con algún delito o simplemente fuera encontrado en la vía pública sin que alguien respondiera por su propiedad.

Palacio Municipal

El palacio municipal estaba ubicado frente a la Plaza de Armas Lic. José María Pino Suárez, quedando prácticamente a lado opuesto del Palacio de Gobierno, orientándose con la ubicación de dicha plaza. En el espacio que ocupaba, actualmente está la ampliación de la Plaza hasta donde desemboca la calle Ignacio Allende y parte del estacionamiento de la iglesia “La Conchita”.

En aquella época, el palacio municipal tenía al frente la calle sin nombre, que estaba al sur de la plaza y a la izquierda la calle Independencia.

Entrando por la puerta principal, que estaba justo frente a la plaza al centro del inmueble, había una puerta al centro y un amplio ventanal de cada lado. Dicha entrada daba a un pasillo y en la parte izquierda el Registro Civil y en la parte trasera de esa oficina el archivo de la misma dependencia. Uno de los titulares que recuerdo fue el poeta macuspanense Don Raúl Zepeda Santana y uno de los secretarios fue el jalapaneco licenciado José Jesús Torpey Andrade; a la derecha la tesorería municipal, al fondo del edificio estaba simplemente la bodega del archivo general y en la parte trasera una puerta que daba al atrio de la iglesia “La Conchita”, por donde sacaban la basura que tenían en tanques.

Para llegar a la segunda planta había una puerta en la parte lateral, por la calle Independencia, justo a donde salía la calle Ignacio Allende y al llegar a dicha planta estaban las oficinas del juzgado de paz cuyo titular fue el Profesor Rodolfo Montiel Hernández -Montielito-.

De la parte del frente, tenía un corredor, en la parte interior una puerta al centro y una ventana de cada lado, luego un pasillo en el cual a la izquierda estaba el despacho del Presidente Municipal. Por mencionar a uno: el doctor Régulo Torpey Andrade y a la derecha la Secretaría del Ayuntamiento de Centro y quien en esa administración del doctor Torpey fue el Lic. Jesús Antonio Sibilla Zurita, pieza clave en la buena marcha de la administración municipal. Un detalle particular: en la pared de la parte que daba al frente y en la parte de la oficina de dicha Secretaría, estaba un cuadro del Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla, a colores, de aproximadamente dos metros de alto por 80 centímetros de ancho.

Después, en la parte trasera, había otras oficinas de menor importancia y además contaba con un domo amplio para dar paso a la luz del día, tanto a la planta baja como a la planta alta.

Un detalle que hay que dar a conocer es que esa construcción estaba a un metro y medio en relieve del piso, de la calle al piso de la planta baja, por eso las gradas al frente y una parte de la calle Independencia, porque la mayor parte, por esta calle, era una banqueta alta.

Por lo pronto hasta aquí.

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PLAZUELA PASTEUR Y ALREDEDORES (III Y ULTIMA PARTE)


Villahermosa Antigua
1930 – 1950
(Legado a la actualidad)
Antonio Vidal Cruz

Plazuela Pasteur y Alrededores
(III y última parte)

Después de dar a conocer las actividades de la Plazuela Pasteur, sigue la calle Vázquez Sur como se aprecia en la grafica. Esta calle tenía un detalle particular, era la única en la ciudad con una bajada muy empinada y de corta longitud.

Quienes patinábamos en Plaza de Armas, nos atrevíamos a bajarla, pero con patín del diablo, porque con patines era peligroso, de todas maneras a media bajada derrapábamos y resultábamos con las piernas y brazos pelados, porque los pantalones que usábamos a esa edad -siempre a los nueve años- eran sólo a las rodillas.

En esta calle, en la acera de la izquierda, estaba -de Vicente Guerrero al río- un sótano que era del edificio público que se aprecia en la gráfica, el cual rentaban y en lugar de puerta tenía una reja con candado. Después existía un local que tenía una puerta que daba a una escalera para el segundo piso, donde estaba una fábrica de galletas de Don Carlos Compañ Requena a la que se empezó a conocer como las Dos Naciones, donde hacían las galletitas entonces conocidas como “Nic Nac”, ahora “de animalitos”.

No recuerdo como descubrí esa actividad, pero a veces subía la escalera al filo de las dos o tres de la tarde, hora que sacaban las bandejas de ese producto del horno y las vaciaban en un cajón grande, pero algunas caían fuera de ese cajón y aprovechaba para recogerlas. Cuando ya tenía las bolsas llenas me retiraba felizmente rumbo a mi casa comiendo galletitas.

Después de ese local estaba un restaurante, propiedad de una tía de los hermanos René y Roger Tellaeche, los que después fueron propietarios de la fonda conocida como “La Zona Fría”, junto a otro que era de Israel de la Cruz, conocido como Naricita, en la calle Manuel Sánchez Mármol, a un costado del entonces Palacio Municipal, frente al parque Juárez.

Volviendo al restaurante de Vázquez Sur, llevaba el nombre de “Estación Teapa”, por razón que estaba cerca la terminal de autobuses de transportes Teapa. Como de esa acera ya no había nada, porque seguía la Plazuela, seguimos con la acera derecha donde esquina con Vicente Guerrero estaba la cárcel del Estado, lo que ahora se conoce como CRESET.

En dicho penal conocí a Don Maximiliano Sosa, alcaide-carcelero. Digo que lo conocí, no porque haya sido huésped, sino porque me gustaba saber como estaban las cosas por dentro, porque en esa época contaba con siete años de edad.

Por el mismo Vázquez Sur, al pie de la bajada había un callejón de esta calle al Paso del Macuilís y que estaba atrás de la cárcel, no tenía actividad, por eso se supuso que fue proyectada como protección al penal, para evitar evasiones de reos, porque así, dicho penal quedó aislado por las calles: Vicente Guerrero, Vázquez Sur, el mencionado callejón -de cuatro metros de ancho- y el del Paso del Macuilís. Así tenían la seguridad de que era difícil una fuga, aunque en ciertas ocasiones se supo que se escaparon siete presos por el drenaje –caño, llamado entonces- porque era amplio, hecho de ladrillos y mucho más a esa altura de la ciudad, que era más espacioso por estar cerca la descarga al río.

También fue del conocimiento público la fuga de peligroso homicida originario del Estado de Chiapas, Carlos Torres, porque sus familiares le llevaron una pistola dentro de una bola de pozol y con ella pudo someter al que abría la reja y creo que en esa acción hubo muerto. Eso fue lo más relevante.

En la esquina con el callejón estaba la bodega de cabotaje, cuyo jefe era Don Vicente Aguilera y su segundo, mi tío Juan Ramón Cruz, donde se aseguraban los contenedores que los alijadores descargaban de los barcos que permanecían hasta que los comerciantes hacían los trámites, para que por medio de los porteadores -quienes hacían el reparto- fuera rescatada la mercancía. Quienes la tenían a su resguardo tomaban sus precauciones para combatir la fauna nociva -ratas y ratones- manteniendo en dicha bodega tres o cuatros sauyanes -mocochas o boas- que se encargaban de eliminar a estar lacras.

Después de dicha bodega, estaba la oficina de la Cámara de Comercio de Villahermosa, y después la oficina y bodega de Don Chano Fojaco, quien era concesionario de la cervecería Modelo, con sus productos Corona y Victoria; junto, esquina con la calle que conducía a la Cootip, estaba la terminal de autotransporte Estación Teapa. De ahí daban el servicio de esta ciudad a la estación de los Ferrocarriles del Sureste (que estaba en la colonia Morelia de aquel municipio serrano) y pasando ese callejón, cerca de la orilla del río, estaba la caseta de la Policía Fiscal del Estado, para verificar la legalidad del movimiento de salida y entrada de los productos.

Ahora narraré las actividades del callejón de Vázquez Sur al paso del Macuilis, estando a la izquierda la orilla del río. A la derecha, en la planta alta de la terminal de los autobuses de Teapa estaba la Capitanía de Puerto y después las oficinas de la COOTIP, donde se tramitaba todo lo relacionado con el transporte, tanto fluvial como marítimo.

De los que presidieron esa cooperativa, José Jiménez Chablé “el chaparro Jiménez”, -hoy lleva su nombre abreviado una gasolinera en el periférico “JOJICHA”-; Fernando Fernández “Centavo” y Salvador Ross, padre del líder petrolero Mario Ross. A la COOTIP, le dio el tiro de gracia Mario Trujillo García nombrando a un interventor. Para la orilla del río, la COOTIP contaba con un muelle para que atracaran sus barcos.

Del Baúl

Toda la actividad de la Plazuela Pasteur se fue apagando con las actividades ferroviarias, los alijadores, los porteadores, la bodega de cabotaje y se quedó sólo el cincuenta por ciento de la COOTIP que le daba servicio de flete a Petróleo Mexicanos. Como remate desapareció toda esta zona, de Vázquez Norte al Paso de Macuilís, y de Vicente Guerrero al malecón, por la plancha de concreto que le hicieron llamar la ampliación de Plaza de Armas.

Por lo pronto hasta aquí.

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PLAZUELA PASTEUR Y ALREDEDORES (II PARTE)

VILLAHERMOSA ANTIGUA
1930 – 1950
(Legado a la actualidad)
Antonio Vidal Cruz


Plazuela Pasteur y Alrededores
(Parte II)

El croquis adjunto da testimonio de lo que eran las actividades de la Plazuela Pasteur y lo que había a sus alrededores en lo que hoy llaman la Explanada de Plaza de Armas y el estacionamiento del Gobierno del Estado, que abarcaba toda aquella área productiva, desde Vicente Guerrero hasta el río Grijalva y de Vázquez Norte al Paso del Macuilis.

Todo esto quedó sepultado por la enorme plancha que erróneamente las autoridades a su paso por el gobierno decidieron hacer sin consulta, ni respeto alguno al soberano pueblo, porque lo consideran sin razonamiento, siendo todo lo contrario porque “el pueblo es sabio”.

Volviendo al recorrido por la calle Vázquez Norte, llegamos hasta la calle Madero. Cruzando dicha avenida estaba el parque “A la madre” al que conocíamos por el malecón y junto a este parque (donde actualmente se encuentra la Venus bañándose con una jícara, justo a donde desemboca la calle Madero al malecón) estaba el muelle oficial, llamado así porque a 50 metros río arriba había otro muelle frente a las oficinas de la Cootip, pero era de índole particular donde llegaban las embarcaciones de esa cooperativa.

En éste muelle atracaban todo tipo de embarcaciones de mayor capacidad, que hacían recorridos nacional e internacional, transportando mercancías para la distribución del comercio en el Estado. A un costado tenía una rampa de cemento- porque el muelle era de tablones de tres pulgadas de grueso para resistir las maniobras pesadas- donde bajaban o subían a los vehículos de los barcos.

Para las maniobras de carga y descarga en los barcos, se contaba con la valiosa intervención de los miembros del Sindicato de Alijadores, quienes usaban una moto-grúa, con neumáticos y diez toneladas de capacidad, que tenía el sistema hidráulico vertical en la parte delantera, que permitía acercarse a la orilla del muelle hacía el río para facilitar la maniobra de enganchar a los contenedores y ponerlos abordo de los camiones del sindicato mencionado, mientras que los trabajadores hacían la tarea que les correspondía.

Esa carga la transportaban a la bodega de cabotaje, que estaba en la calle Vázquez Sur, esquina con el callejón de ésta al paso del Macuilis, de donde otro sindicato, el de Porteadores, se encargaba de rescatar para distribuirla al comercio de Villahermosa y a los municipios por medio de otros similares.

Continuando con el recorrido de Vázquez Norte, ahora en la acera derecha de Vicente Guerrero rumbo al río en la esquina de Vázquez Norte y Guerrero, estaba el domicilio del maestro peluquero Don Eleazar Gil, quien atendía a sus clientes en la peluquería “El Fénix”, ubicada en la calle Juárez, en un local de la Casa de los azulejos, donde hoy está un museo.

Luego de este domicilio estaba la casa de Don Pancho González quien era el papá de Loloíto con quien patinábamos en Plaza de Armas y dos hermanos más; además de una sobrina, en esa casa se observaba en la sala unos muebles y una pianola –a la que conocíamos como piano-. Después en la esquina con la Plazuela Pasteur, existía un local donde había una molienda de café conocido como Café Surmex, propiedad de Don Pancho González y junto a este comercio, en la cabeza de la plazuela, estaba la oficina de don Daniel Figueroa que se dedicaba a la documentación de envíos de carga -fletes- con destino al municipio de Teapa a la estación del ferrocarril del Sureste, en la colonia Morelia, para que se fueran en ese transporte ferroviario con destino a distintos lugares del país.

En la Plaza Pasteur estaban tres monumentos (según se pueden orientar por los círculos en la gráfica). El busto que daba hacia la calle Vázquez Norte era del químico y bacteriólogo francés Louis Pasteur; el que estaba al centro de la plazuela no le recuerdo, pero el que estaba hacia la calle Vázquez Sur, era del poeta originario de Pichucalco, Chiapas, avecindado en Villahermosa, “El Romancero” José María Gurría Urgell, cuyas poesías por lo regular hacían referencia a esta ciudad, capital de Tabasco.

De esa manera las autoridades locales quisieron dar testimonio de gratitud y todavía cuando gobernó el licenciado Carlos Alberto Madrazo, al sacar de la marginación a la parte norte de esta ciudad ordenó que una calle de este sector llevara su nombre y así la calle, aunque corta de dos cuadras lleva el nombre del “romancero” José María Gurría Urgell. Esa calle está ubicada paralela entre Juan Álvarez y Castillo, siguiendo el sentido de Lino Merino a Rosario María Gutiérrez Eskilsen.

La Plazuela Pasteur tenía actividades no muy importantes, pero en ella había dos o tres puestos. Recuerdo que mi papá compró uno, donde tenía una fuente de sodas, que era una bebida preparada con jarabe de fresa, tamarindo, horchata, chocolate y muchos sabores más; le ponía al vaso un diez porciento de jarabe y luego le abrían la llave a la fuente que tenía una mezcladora de agua y gas, se agitaba con una cuchara especialmente para integrar el contenido.

Pues bien, resultó que dicho puesto lo encargó a mis hermanos mayores, Juan Jorge y José Trinidad, pero mis hermanos por ir a jugar canicas y trompos se lo confiaban a sus amigos y el resultado fue el fracaso.

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PLAZUELA PASTEUR Y ALREDEDORES (I PARTE)

Villahermosa Antigua
1930 – 1950
(Legado a la actualidad)
Antonio Vidal Cruz

Plazuela Pasteur y Alrededores
(Parte I)

Agradezco al generoso lector por aceptar entre sus manos estos modestos trabajos que hago de todo corazón y también agradezco los comentarios que recibo, que son vitales para el enriquecimiento de estos relatos.

Es el caso de la opinión del licenciado en periodismo Rodolfo González Maza, que cuando di a conocer las actividades del Río Grijalva me reclamó el por qué no mencioné la pequeña grúa que usaban los alijadores en el muelle para las maniobras de carga. Le aclaré que lo narrado era en el río Grijalva y, por supuesto en área fluvial, y que el asunto de la grúa se daría a conocer oportunamente cuando se detallaran las actividades terrestres de la zona.

De igual manera recibí el comentario del hombre de la lente magistral, de los Estudios D’Ceballos, el gran amigo Rigoberto Ceballos Ramírez, sobre el por qué no señalé (cuando narré lo relacionado con el Museo que estuvo frente a Plaza de Armas) que por la puerta grande trasera de ese edificio entraba y salía Carlos Pellicer. No se tomó en cuenta ese detalle porque di a conocer lo que existía en los alrededores de Plaza de Armas y la mencionada puerta quedaba en el Callejón de Vázquez Sur al Paso del Macuilis, lo que ya pertenece a lo que rodeaba a la Plazuela Pasteur, que a continuación voy a detallar (se ilustra con el gráfico anexo la ubicación de la plaza).

Dicho lo anterior entremos a las actividades cotidianas de la época en esa Plazuela, tomando como referencia -para orientar claramente al lector- la dirección de lo narrado de la Plaza de Armas “Lic. José María Pino Suárez” al río Grijalva.

Para la calle Vázquez Norte, en la acera izquierda, después de la esquina con Vicente Guerrero, estaba el domicilio de la familia Ardines; luego la casa de don Samuel Mendoza Barrientos, propietario de la refresquería y nevería “El Xochitl”; seguido, un local no grande, como de 3 o 4 metros de ancho, al frente que era de Rafael Hernández Jiménez -hermano de Pedro, al que ahora le dicen Perico, dueño de la ferretería de ese nombre- quien regresó de bracero para instalar una ferretería a la cual le mandó a rotular el nombre de “El Foco Mecánico”. Recuerdo un detalle que a la entrada tenía un arco de segueta accionado por un motor eléctrico para cortar tubos de hierro galvanizado que se utilizaba para instalaciones del servicio de agua.

Para la esquina con la calle Juárez estaba el comercio de Don Amílcar Luque Prats, dedicado a la venta de licores como el habanero Urquiola, envasados en ánforas de vidrio que tenían a los costados un dibujo de telaraña y por supuesto al centro el insecto.

En la etiqueta se observaba un anciano sentado con una leyenda que decía “más viejo que yo”. Don Amílcar también vendía habanero Ripoll en botellas cuadradas y con una protección a manera de rejillas de joloche a la que los clientes le llamaban “jolochito” o “irrellenable”, porque tenía un sistema que podía salir el contenido, pero no se podía meter líquido. Este local estaba donde ahora se encuentra una camisería de nombre Roger, propiedad de mi amigo Rogelio.

En la esquina de enfrente, o sea en la que sigue de Juárez y Vázquez Norte, estaba la oficina del Sindicato de Alijadores, separando con una barandilla al resto del local que estaba dotado de bancas, para que los socios alijadores esperaran sus liquidaciones que se hacían a diario después de las seis de la tarde. Cuando terminaban sus jornadas de labores y mientras era la espera, para no impacientarse consumían antojitos que los venteros llevaban desde las cinco de la tarde, tales como tamales de masa colada, tamalitos, chanchamitos, garnachas, panuchos, café solo, atol -atole- y luego, al cobrar, liquidaban lo consumido.

A eso de las ocho de la noche abordaban un camión de redilas de tres toneladas que los llevaban a las distintas colonias donde habitaban. Dichas unidades eran las que utilizaban para el acarreo de la mercancía que transportaban del muelle a la bodega de cabotaje.

Con los mismos camiones, a las seis de la mañana se hacía el recorrido para transportar personal al centro de trabajo y de éste -a las doce del día- a su domicilio, para volver por ellos a las dos de la tarde al trabajo y después a las ocho de la noche, como ya lo dije líneas antes.

Después de los alijadores estaba un taller del maestro Carlos Castillo, que contaba con torno para corregir las piezas de los vehículos que tenía la área mecánica del maestro Castillo. Cierto día mi hermano mayor, Juan Jorge, solicitó a mi padre que lo llevara al taller, porque quería ser mecánico –y con el tiempo lo fue-. Después del trato verbal, porque entonces la palabra era la ley, mi hermano quedó bajo las órdenes de don Carlos y acto seguido el maestro desmanteló una caja de velocidades.

En aquel entonces, se usaba un aceite espeso y negro como lubricante de transmisión, el maestro indicó al aprendiz que lavara las piezas y Juan al ver el nada agradable aspecto de las piezas buscó algo para recogerlas, encontró un programa de cine y con ello procedió a cumplir la orden dada, a lo que el maestro que lo observaba le dijo: “Mira chamaco, tú no sirves para mecánico, ve a aprender para sastre o peluquero”.

Para la esquina con la calle Francisco I. Madero estaba la Casa Pizá, de don José María Contreras, a quien el pueblo conocía como don Pepe Contreras.

Por lo pronto, hasta aquí.

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PLAZA DE ARMAS (III Y ULTIMA)

Villahermosa Antigua
1930 – 1950
(Legado a la actualidad)
Antonio Vidal Cruz

Plaza de Armas
(III y última)

Continuando con las actividades de Plaza de Armas:
En el tiempo de referencia, para los días festivos como 27 de Febrero, uno de Mayo, 16 de Septiembre y 20 de Noviembre, se realizaban celebraciones con desfiles cívicos, donde participaban los alumnos de los diferentes niveles educativos y en algunos casos la Policía Preventiva y el Ejército, como el Batallón de Infantería número 47.

Estos desfiles rompían fila en la calle Independencia después de pasar frente a Palacio de Gobierno y saludar al Señor Gobernador y sus colaboradores, quienes se encontraban en los balcones.

Para entonces ya eran como las diez de la mañana, pero en Plaza de Armas los ciudadanos estaban desde temprano –como a las ocho - y la banda de música del Gobierno del Estado llegaba a las nueve y se instalaba en el kiosko para darle al ambiente un toque especial, amenizando melodías propias de la ocasión, tales como Adelita, La Marcha de Zacatecas, Mis Blancas Mariposas, Tardes de Tabasco, Tristezas Tabaqueñas y así la gente pasaba un buen rato despreocupada de sus problemas.

Adornaban la plaza con guías de banderitas de papel de china hechas con llamativos colores y los venteros también eran parte del ambiente, ofreciendo sus productos como: budín, merengues, suspiros –un merengue en forma cónica de abajo hacia arriba, sobre una galleta maría- pelonas, nuégados y demás. Otros también vendían coloraditos –hoy le dicen raspados-.

Los chamacos aprovechábamos para vender publicaciones como “El Cancionero” que editaba el periodista Ramón Salvador Soler Cruz, -El Indio Soler- y recuerdo un periódico tamaño oficio en papel bond, “La Verdad”, del periodista Luis C. Márquez. En fin, esos tiempos los quisiéramos cuando menos una vez por año.

Al desaparecer el kiosco, los concesionarios de los locales que tenían ocupados para refresquerías, fueron reubicados en igual número de espacios y para ello las autoridades municipales destinaron cuatro jardineras, en las que instalaron sus puestos y mesas para clientes, dejando la mitad de cada jardín libre y la otra con piso de cemento para el servicio de cada refresquería.

A principio de la década de 1940, el General Manuel Ávila Camacho declaró a México “País Patriótico” y giró instrucciones a todos los gobernadores de los Estados, para que construyeran un monumento a la bandera nacional en cada plaza principal de sus entidades y aquí en Tabasco el Gobernador Noé de la Flor Casanova ordenó su construcción.

Para ello se demolió el kiosco de Plaza de Armas y en su lugar se erigió el mencionado monumento, porque así fueron las instrucciones del Presidente Ávila. En Villahermosa, consistía en tres paredes gruesas como de 80 centímetros de grueso y dos metros de alto en forma de aleta y triangular como aspas; sobre ella otras más delgadas y después otras formando tres niveles, y del tercer nivel se sostenía el asta bandera.

Al pie del monumento quedó un amplio espacio en relieve del piso de la plaza que los chamacos de la época aprovechamos como pista de patinaje y formamos un equipo de patinadores. Utilizamos patines marca ‘Torrington’, con ruedas sobre balines de los que cuando se rompía uno, con el otro improvisábamos un patín del diablo, armado con dos tablas en forma de L y un mango en la parte delantera y superior para sujetarse.

El equipo lo formamos los siguientes chamacos: Fernando González Mandujano, Fernandón, hijo de la maestra Carmita Mandujano, propietaria de la academia de taquimecanografía “Juan T. González”, que se ubicaba en la calle Vicente Guerrero esquina con la calle que estaba frente a Palacio Municipal; Rodolfo Nieto Padrón, hijo del dentista doctor Rodolfo Nieto Bastar, que vivía en la calle Aldama, casi esquina con Lerdo, junto a la casa del Coronel César A. Rojas Contreras –El Chelo Rojas-; Jaime Priego, que vivía frente a la Plaza, en la calle Independencia junto a la Casa de Piedra y su papá era ganadero; otro que conocíamos como Loloíto, hijo de don Francisco González, que vivía en Vázquez Norte y tenía un negocio en la misma calle esquina con la Plazuela Pasteur, lo que ahora es el estacionamiento de gobierno que está frente a la calle Juárez, llamado Café SurMex.

Otro que patinaba con nosotros era quien conocíamos como “Calaverita”, sobrino del licenciado Demófilo Pedrero, que tenía su despacho y vivienda en la calle Vicente Guerrero, a un costado de Palacio de Gobierno. Por supuesto también patinaba quien esto escribe, hijo del maestro ebanista José María Vidal Estrada, con domicilio en la calle Melchor Ocampo, cerca del Paso “El Centenario” y donde ahora está Paseo Tabasco.

En esa época, la vida de Plaza de Armas era tranquila, nunca hubo plantones, huelgas de hambre, protestas, ni siquiera un loco desperdigado, todo transcurría apacible y el pueblo tenía un comportamiento sano y hoy lo añoramos.

DEL BAÚL:
La llorona en calzoncillo

En la época del gobierno garridista se estiló la aparición nocturna de “La Llorona” en algún rumbo de la ciudad. Una salía en la calle Doña Marina, hoy Doña Fidencia, pero un día los vecinos se unieron armándose de valor y atraparon a “la llorona” y fue entregada a la policía. Se supo entonces que era un hombre y luego el Gobernador Tomás Garrido ordenó que al día siguiente lo pasearan en calzoncillo a las cinco de la tarde alrededor de Plaza de Armas, arriba de un carretón –carreta grande de tracción animal- según para escarmiento y que aprendiera a respetar a la sociedad.

Por lo pronto hasta aquí.

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